Usted y yo, la vida, hagamos un trato. Yo voy a contarle todo lo que me habían prometido y los parabienes que no se han cumplido y usted me deja en paz, testarudo y sordo, como la primera vez que nos encontramos.
Ahora, al borde de los 35, es momento de confesar que, ni todo era tan bello, ni todo estaba llamado a ser grande. Tampoco lo que nos habían vendido como éxito, realmente merece la pena. Quizá con menos y con más alforjas todo hubiera sido más sencillo. Ahora somos del género caracol. De la familia de los hamsters que dan vueltas en una noria de una jaula cualquiera. Y mientras, usted, vida, mira desde arriba el fanático hormiguero que ha montado.
No se crea que estoy enfadado. Sólo un poco decepcionado con las cosas que yo mismo me construí. Cansado de tirar hacia delante sabiendo que lo importante es lo que queda atrás. Entonces vi otras cosas y pensé “es duro eso de vivir en el asteroide B612 y ser vecino de El Principito”. Para eso, ya lo sabía. Lo había leído en unas cuantas cartas sin remitente. Pero no quise hacer caso. Usted me regaló una bicicleta sin decirme que no debo parar ya nunca de pedalear.
A veces nos pensamos que al conseguir una muy buena valoración personal por parte de la sociedad y de nosotros mismos, que si alcanzamos una muy buena situación economica, que si somos capaces de alcanzar eso que siempre soñamos... será entonces cuando culminamos nuestra meta para besar la felicidad. Pero no es así, nuestro sueños se perdieron por agujeros pequeños, cuando eran pequeños... ahora son grandes y necesitamos que crezcan para poder sentirnos felices, sin embargo deben de ser sueños grandes para no perderlos. Y francamente siempre y mas hoy he pensado que la felicidad se encuentra en las cosas muy pequeñas y que son esas cosas las que nos hacen sentirnos grandes. Yo soy pequeña, pero me siento grande y además no quiero crecer.
Un saludito con todo mi cariño.
Publicado por: Lara | 14 octubre 2009 en 09:45 p.m.